Amadeo, el conserje del despacho, era un hombre
bueno, sin un atisbo de malicia. Aún lo recuerdo
con su carrito, repartiendo la correspondencia,
colocando los calendarios, rellenando de folios
las impresoras. Siempre sonriendo. Muy pocos
en el despacho sabiamos de aquella deuda por
reclamar, aquel aval maldito para su hija, aquella
hipoteca, aquel deshaucio. A la vuelta de las vaca-
ciones, mientras brindábamos y desgranábampos
los nuevos propósitos para el Nuevo Año. Ama-
deo fue despedido. La crisis, ya se sabe. Los pri-
meros días Amadeo vino a saludarnos. Luego se
sentaba en un banco, entre palomas y periódicos
gratuitos. La semana pasada me lo encontre allí,
mientras acompañaba a mi cliente, un banquero
acusado de perjurio y estafa. Me alargo la mano,
tembloroso. aun sonriente, a pesar de su aspecto
desaliñado. Qué tal Eduardo, ¿te acuerdas de mi?
¿No me presentas a tu amigo?
Revista de la Abogacía. Sara Benito Madrid
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